¿Por qué Maduro insulta así a Santos?

Rafael Guarín, ex viceministro de Defensa de Colombia

¿Por qué Nicolás Maduro se da el lujo de recriminar a Juan Manuel Santos y acusarlo de que le dio una puñalada por la espalda al recibir a Henrique Capriles?

¿Por qué el presidente colombiano calla ante la violencia oficial contra la oposición en Venezuela?

¿Por qué no se pronuncia ante el incumplimiento de la palabra en UNASUR de Maduro con relación a una auditoría completa y transparente de los resultados electorales?

¿Por qué hace mutis por el foro ante los ataques demenciales que Maduro lanza al expresidente Álvaro Uribe?

¿Por qué su gobierno admite, con su silencio, que este ataque criminalice al “uribismo”, al punto de que sus palabras pongan en riesgo la vida y la integridad de sus líderes, mucho más cuando sabe que en Colombia operan clandestinamente sus organismos de seguridad?

¿Por qué Santos va mucho más allá de la prudencia con el régimen chavista, al punto de que su “solidaridad “obvia que viola las garantías democráticas y los derechos humanos?

¿Por qué decidió pasar de tener una relación de “nuevo mejor amigo” con el chavismo a una sólida alianza política y ahora recibe un portazo por parte de Maduro?

¿Por qué cuestionó a las instituciones paraguayas y avaló la idea de que en ese país hubo un golpe de Estado, cuando en realidad sabe que se aplicó rigurosamente la Constitución?

¿Por qué aceptó en privado al presidente Daniel Ortega de Nicaragua acatar el fallo de la Corte Internacional de Justicia, que despoja a Colombia de 100 mil kilómetros cuadrados de su territorio, a pesar de que él mismo lo calificó de injusto y contrario a derecho?

¿Por qué en la Cumbre de las Américas la política exterior colombiana se alineó con los países del ALBA y en contra de la posición sostenida por el presidente estadounidense Barack Obama?

¿Por qué la Cancillería baila al mismo ritmo del bloque del ALBA, a pesar de que Colombia no hace parte de esa organización?

¿Por qué decidió relegar a la OEA para dar toda la importancia a UNASUR?

¿Por qué Santos congeló en el 2010 la aprobación del Acuerdo de Cooperación Militar entre Colombia y Estados Unidos que impulsó cuando era ministro de Defensa?

¿Por qué decidió entregar a Chávez a Walid Makled, la caja de pandora de los vínculos de la revolución bolivariana con el narcotráfico, y no a Estados Unidos?

Muy sencillo:

Alvaro Uribe Vélez

Durante el gobierno de Álvaro Uribe la política exterior colombiana fue un instrumento orientado a servir de soporte al combate contra guerrillas y paramilitares. Ahora, el presidente Santos alineó toda su política exterior al servicio del proceso de paz que adelanta con las FARC.

Así como Uribe adoptó el discurso planteado por Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo, Santos decidió sumarse en lo esencial al de la izquierda latinoamericana para conseguir condiciones propicias para el proceso de paz. Cambió la agenda internacional para abrir espacios de confianza con las FARC.

Belisario Betancur

Belisario Betancur hizo algo similar de 1982 a 1986. Afilió a Colombia al Movimiento de Países No Alineados y rechazó la presencia de asesores militares “gringos” en Latinoamérica. Betancur también consideró indispensable replantear la política exterior para ganar simpatía con la guerrilla.

Santos juzga que Venezuela y sus socios tienen capacidad de influencia en las FARC al grado de llevarla a un “acuerdo de paz”. En realidad, el ambiente de izquierda en la región es un elemento favorable para lograrlo, pero es ingenuo pensar que los vecinos tienen capacidad de presión efectiva sobre los grupos terroristas, al punto de obligarlos a desmovilizarse. No conocen a las FARC.

Más allá de eso, lo grave es que las decisiones del presidente Santos en materia de política exterior en el hemisferio dejaron hace rato de ser voluntarias.

El gobierno quedó atrapado y no se puede mover un ápice de los intereses de Venezuela y de sus socios so pena de afectar el proceso de paz, y con ello, su reelección. Su afán de llegar a un “acuerdo” con las FARC y haber apostado a una alianza con Hugo Chávez para ese objetivo, terminó dejándolo en las manos de cubanos y venezolanos.

Santos se convirtió en una ficha que se mueve en el guion que esos dos gobiernos tienen para expandir y consolidar el proceso revolucionario en la región. Quedó preso de su propio invento.

Se planchan orejas

Alberto Barrera Tyszka

Escuchar confesiones ajenas suele ser una experiencia estremecedora. En 1947, John Cheever publicó en The New Yorker el relato de una familia que compró un aparato de radio que, en vez de sintonizarse con las estaciones del dial, de pronto comenzó a transmitir escenas de la vida cotidiana de algunos de sus vecinos. Es una situación insólita. Enciendes la radio y no escuchas a César Miguel Rondón leyendo el país, sino a tu vecina del 7B amenazando a su marido con un divorcio. Te enteras de algo que no esperabas, de algo que posiblemente tampoco querías saber. A veces, la verdad llega de oídas, de retruque.

Mario Silva sólo necesitó 50 minutos para mostrarnos la vida privada de la revolución.

La conversación con Palacios fue más bien un monólogo.

Fue como escuchar un espectáculo unipersonal. El gordo se confiesa. Oyéndolo, podías imaginarlo. Sentado, tranquilazo, con la soberbia seguridad del poder, hablando desde la eternidad, diciéndole “hijo de puta” a Cabello, “sapo” a Arreaza; dejando a Maduro como un bolsa, sometido por la cuaima de su mujer; acusando de corrupción a medio mundo, develando el control de las instituciones por parte del gobierno, haciendo evidente la injerencia cubana en los centros de poder del país…

Sin guión y en confianza, Mario Silva le regaló al país una verdad. Un asco en el que la mayoría de los venezolanos podemos creer.

La respuesta del oficialismo fue tímida y errática. Empezando por el mismo Silva, quien se apresuró a escribir en Twitter que todo era un montaje del Mossad.

Pero, luego, la aparición de Maduro y de Cabello juntos, en el Palacio de Miraflores, lució forzada y áspera. Ya a esta altura, tanto ellos como sus asesores deberían saber que ninguno de los dos es un gran actor. No tienen ese don. Las declaraciones posteriores tampoco fueron afortunadas. Maduro habló de “guerra psicológica” y Cabello repitió una canción que no es suya: “Águila no caza moscas”. Lo demás fue hojarasca, formas diversas de eludir la realidad.

Sólo quieren que el tiempo pase. Su estrategia más efectiva es el olvido. Sólo esperan que nuestra memoria los perdone.

Pero el problema es que, aun a pesar de aquellos que ahora se esfuerzan en demostrar que Mario Silva no es un personaje importante dentro del chavismo.

El conductor de La Hojilla es también una de las representaciones más legítimas de la herencia de Chávez.

Ese espacio, transmitido en VTV cada noche, era el único programa de la televisión venezolana que, de manera reiterada, Chávez confesaba seguir. La Hojilla, además, era el espacio simbólico de la “verdad revolucionaria” en contra de la “mentira mediática”. A eso supuestamente se dedicaba cotidianamente. A “desmontar” la farsa noticiosa del adversario. A “desactivar” los embustes orquestados por el enemigo. Silva era la moral, la luz en contra de las sombras.

¿Qué pasa, entonces, cuando ese mismo personaje aparece diciendo que todo es una mierda, contándonos que la revolución es un fracaso?

No hay que olvidar, tampoco, que el mismo Chávez le alzó la mano a Mario Silva y trató de convertirlo en político, en candidato, en líder.

No es, pues, alguien que se puede descalificar fácilmente. Y eso también se delata en el monólogo.

Silva habla con autoridad. Sólo luce arrastradito cuando alude a Fidel Castro.

Pero del resto es una autoridad repartiendo juicios. No sugiere, no intuye, no propone. Silva sentencia. Pontifica hasta sobre el caudillismo y el papel de la mujer en nuestra historia. Convierte todas las especulaciones sobre la batalla entre Maduro y Cabello en una patética evidencia.

Desnuda al PSUV y lo saca en cueros al escenario.

Lo más sorprendente es que el oficialismo, encima, pretenda pasar agachado. Ahora quieren escapar de la historia.

Cuando la mayoría oficialista niega la posibilidad de debatir este caso en la Asamblea Nacional, sólo está quedando mal frente al pueblo, sólo sigue restando votos. Es otra forma de imponerse, de callar a la gente, de tratar de tapar la realidad con golpes de silencio. En vez de enfrentar lo que ocurre con coraje y transparencia, miran hacia otro lado, hablan de otra cosa, esperando que la voz de Mario Silva se diluya. No hay ninguna postura públicamente crítica dentro del gobierno. No hay ni siquiera una pregunta.

Hacerse los locos también es una forma de mentir.

En «El suplicio de las moscas», Elías Canetti deja caer una frase maravillosa en mitad de una página: “Un país donde se planchen las orejas”. Lo extraordinario de los aforismos es su brevedad y su enigma, la cantidad de posibilidades de lectura que ofrece una línea que flota sobre el papel. Siempre me ha fascinado esa imagen, la idea de lavar, limpiar y alisar los oídos. Como si fuera una reacción natural, la consecuencia saludable ante todo el ruido que escuchamos.

Se planchan orejas. Porque lo peor no es lo que se diga. Lo que se escuche. Lo peor es que después no pase nada.